(Este artículo es la ampliación de otro escrito y publicado en este blog en el 2013).
¿Qué es necesario para hacer un buen trabajo? o ¿qué debemos enseñar hoy en
día los profesores?
Con la entrada del Plan Bolonia se proponían
las competencias como índices que deben guiar las estrategias educativas de las
asignaturas con el fin de acercar más el mundo universitario al laboral.
Se trata de que nuestras enseñanzas no sean
un fin en sí mismas, sino un medio para adquirir conocimientos y destrezas que
el profesional debe utilizar en su quehacer diario. Para ello el listado de
competencias que enumeramos en nuestras guías docentes no debe limitarse a un
“corta y pega”, sino que debe traducirse en los contenidos y los métodos
pedagógicos que utilizamos tanto en la enseñanza como en la evaluación de las
mismas que debe permitirnos, por un lado dotar al alumno de estas competencias
y, por otro, elaborar un sistema de evaluación que nos permita discriminar si
el alumno las ha adquirido o no. Si bien es verdad, que no debemos cargar las
tintas en detectar al que no alcanza un nivel, sino ayudarle a que lo alcance
o, como dice Manolo (un psicopedagogo famoso por sus "métodos
innovadores" de enseñanza), "menos pesar al pollo y más darle
grano"
Siguiendo a Pereda, Bernal y Alonso (2011)
podemos diferenciar 5 tipos de competencias. La importancia de esta
clasificación radica en que cada una precisará de un sistema de
enseñanza/aprendizaje/evaluación propio.
La primera competencia es SABER, es
decir, contar con unos conocimientos propios de la materia. Para ello, el
profesor aporta un material teórico que el alumno deberá aprender y que se
evaluará a través de cuestionarios (tipo test, preguntas cortas o de
desarrollo). Adquirir conocimientos significa memorizar. A pesar de la
"mala prensa" que esta capacidad cognitiva tiene en los medios
educativos (lo contrario que en los gerontológicos), es indiscutible que lo que
diferencia a un profesional de un lego en una materia es el conocimiento que se
tiene de la misma. Si bien es cierto que hoy en día la memorización es menos
necesaria gracias a esa "gran memoria externa" llamada internet, el
ejercicio de memorizar es indispensable, primero porque sobre algún material
debemos volcar nuestras destrezas (el mejor albañil no es capaz de hacer una
buena mezcla si no tiene los ingredientes), en segundo lugar porque memorizar
nos cambia, nos hace lo que somos y, en último lugar, porque desarrolla una
competencia: la constancia, la perseverancia.
La segunda competencia es SABER HACER,
es decir, contar con la capacidad de aplicar esos contenidos aprendidos a
problemas concretos. Esta combinación de habilidad y destreza se aprende/evalúa
a través de análisis de casos y de las prácticas individuales o grupales.
Algunas de estas prácticas las elaborará el alumno fuera de clase, otras
requerirán la asistencia a las mismas. Hay que hacer participar al alumno. Y
ello no debe de servir como excusa para (o confundirse con) que a principio de curso “dividamos el
trabajo entre grupos” y depositemos TOTALMENTE en el alumnado la
responsabilidad de elaborar el temario.
Este es un punto sumamente difícil ya que
nos movemos por el filo de la navaja que supone delegar en los alumnos la
preparación de lo que es deber del profesor y las bondades, las ventajas de, como
dice Don Finkel, “dar clases con la boca cerrada”.
Y en esta competencia ya se empieza a notar
carencias de la enseñanza. Después de ir dotando al alumno de competencias
durante cuatro años, los mandamos a hacer las famosas prácticas profesionales o
externas y los tutores profesionales (entre los que me encuentro) notamos que
el alumno, al que en muchas veces “se
abandona” en la empresa colaboradora como se hacía con los recién nacidos en
las puertas de las iglesias, carecen de competencias para aplicar la “teoría
teóricamente aprendida” a un entorno laboral. En este sentido los profesores
responsables de las prácticas deberían implicarse más antes de y durante la
realización de las mismas.
Una tercera competencia es el SABER
ESTAR. Tanto como alumno, como trabajador/ emprendedor, el trabajo se
realiza en el seno de un grupo (empresa, organización). Ello requiere adaptarse
a la cultura y las normas de estas estructuras. Esta cualidad es más intrínseca
al sujeto y se adquiere en ambientes externos al académico, sin embargo, en
éste podemos fomentar su adquisición modelando y moldeando las
intervenciones (el comportamiento) en el aula y en las prácticas grupales. Esta
evaluación cualitativa, irá acompañada de una cuantitativa de ciertas
habilidades a través de la evaluación de rendimiento entre iguales.
Llegamos a la competencia de QUERER
HACER, es decir, estar motivados. Esta actitud depende, en parte, de la
elección que haya hecho el alumno, de una carrera acorde con sus intereses
(Confucio dijo: "Elige un trabajo que te
guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida.")
y, en parte, de la labor que haga el profesor de métodos
para conseguir crear esa actitud. Todos hemos oído a alguien decir aquello de
“yo elegí esta carrera (profesión) por D. Fulanito, mi profesor de…”. En este caso será el
alumno quien aporte una evaluación de los aspectos positivos y negativos de la
docencia. Esta valuación servirá al profesor de feedback, pero, a la vez,
comprometerá al alumno en el funcionamiento de la clase y en su propio aprendizaje.
La última competencia es PODER HACER.
Esta competencia tiene un doble sentido, el primero (externo al alumno) se
refiere a contar con los medios y recursos necesarios. Más que labor del
profesor, es labor de la institución educativa dotar de estos medios. La
segunda acepción (interna) hace referencia a la personalidad del alumno. Este
debe descubrir si su capacidad personal (aptitudes y rasgos) son acordes con
las competencias que le exigirá el trabajo, el perfil profesional. Una
orientación del profesor (sincera y valiente) no está de más.
Reunir todos estos elementos nos asegurará
que en el alumno se encuentran dos elementos esenciales para realizar un
trabajo eficiente en un futuro: la PROFESIONALIDAD y la VOCACIÓN.
Más adelante, el alumno deberá descubrir si ha adquirido un tercer elemento: la
PASIÓN que engloba el "querer saber" constante e inagotable y
el "saber querer" como guía de sus actuaciones.
En resumen, el concepto de enseñanza debe
ampliarse dando respuesta a todas las demandas que, posteriormente, en el mundo
laboral, se le van a solicitar al trabajador. Ello supone, por un lado que
reconozcamos que en el tándem de la formación la enseñanza es importante, pero
que el aprendizaje (en el sentido de posición activa del alumno) es lo principal
y, por otro lado el profesor debe de dejar de ser SÓLO un transmisor de
conocimientos y convertirse en un "hacedor" de situaciones de
aprendizajes.
Antes de terminar y después de que toda
esta exposición ha volcado sus tintas sobre la enseñanza como medio para ser
eficientes en el mundo laboral, y ante desapariciones en la enseñanza como son
la de la filosofía, el dibujo o la música, quiero dejar claro que la enseñanza,
sobre todo, debe ir dirigida hacia el desarrollo personal, la capacidad para pensar
por uno mismo, competencia que parece que algunos quieren que olvidemos.