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jueves, 14 de octubre de 2021

Todas las muertes no valen lo mismo

 Ayer atendí a la madre de un chico que se había suicidado. El dolor, mezclado con la culpa y con los sentimientos de desgarro que pude sentir en esa mujer me llevó a otro dato que lleva algunos meses por la red:

el presupuesto para salud mental en 2020 fue de 2,5 millones. El número de suicidios en ese año fue de 3671. 10 suicidios al día.
Ese mismo año se destinaron 451,4 millones para violencia de género. 43 fueron las asesinadas por motivos machistas.
Yo me pregunto si no todas las muertes evitables valen lo mismo, si el dolor, el sentimiento de culpa y la estigmatización de esa madre no es tan importante como la de las madres que pierden a sus hijas a mano de sus parejas. Si un hijo huérfano por un suicidio es menos huérfano que el que lo es por un asesinato machista. Si las lágrimas no son las mismas, si el llanto, el desconsuelo, el duelo, no vale lo mismo.
Algo habrá que hacer para evitar los suicidios. Cómo en un caso vale tanto una vida y en otro se desprecia.
A ver para cuando en los medios de comunicación en la que se diga "El suicidio lo paramos entre todos", para cuándo un "ni un suicidio más, ni un suicida menos", para cuándo un teléfono al que puedan acudir los familiares/amigos que sospechan que algún ser querido está pensando en suicidarse.
Teniendo en cuenta que ayer fuimos dos psicólogos/as voluntarios para atender un caso que debería estar contemplado en nuestro sistema de salud y para el que se debería contar con profesionales insertados en el sistema, la respuesta a mis preguntas y a mis deseos, se me antoja lejana.

Valores, emociones

Ayer vi llorar a cuatro jóvenes por la muerte de un amigo. Uno de ellos abrazaba a una compañera para consolarla. Habían viajado desde Guadalajara y habían ido en el mismo ferry que traía el féretro de su amigo y compañero.

Eran cuatro jóvenes, como otros cualquiera, solo que estos llevaban uniforme y tricornio.

A veces, cuando se habla de valores algunos dibujan una irónica sonrisa, como si habláramos de algo desfasado, algo arcaico e inservible. Anoche yo vi en esas lágrimas sentimientos, emociones y valores. No era sólo lo que sentían por un amigo, era la lealtad a su compañero.

Me gustaría pensar que algún día, todos compartiremos esos valores que cuerpos como la Guardia Civil o la Legión muestran con sus gentes.

martes, 12 de octubre de 2021

Y sin embargo, se destrozan estatuas de Colón.

Por el día de la Hispanidad.

Y sin embargo, se destrozan estatuas de Colón.  


En el año 218 A.C. los romanos desembarcan en Ampurias y comienzan la conquista romana de la península ibérica. En la misma masacraron ciudades (Cartagena, Numancia, Sagunto), violaron, asesinaron y acabaron con las culturas íbera y celta entre otras… pero nosotros hablamos orgullosos del legado romano que nos dejó una lengua común, construcciones, vías, leyes. 

Ya antes habían ocurrido otras invasiones (fenicios, griegos, cartagineses) y ninguna de ellas fue pacífica (al menos del todo).

En el siglo V (411 d. C.) comienzan las invasiones germánicas bárbaras o visigodas. Unos pueblos luchando por apropiarse de la península “romana”. Tampoco fueron campañas pacíficas,… pero nosotros hablamos de la cultura visigoda, del arte prerromano  con sus muros de sillería y el arco de herradura.

La conquista musulmana comienza en el 687, aunque se hable de la batalla de Guadalete en el 711 como su inicio, y no acaba hasta la reconquista de Granada. En esos siglos las batallas, asesinatos y actos sangrientos por ambos bandos fueron constantes (no hablemos de la semi-imposición de una religión)… pero nosotros nos enorgullecemos del legado andalusí, del enriquecimiento de nuestra lengua con miles de términos árabes, de la cultura, la ciencia, la filosofía, los inventos, los avances en medicina.

Llega 1808 y la península sufre la invasión napoleónica o francesa. No me detendré en las atrocidades que nuestros vecinos del norte realizaron durante ese intento. Pero, incluso en este caso en el que expulsamos al invasor, somos capaces de afirmar que quizás nos hubiese ido mejor con sus ideas ilustradas que con el despotismo por el que luchamos.

NUNCA se nos ha ocurrido que todos estos pueblos debían pedirnos perdón. Nunca se pensó en destruir el acueducto de Segovia, la iglesia de San Juan de Baños o la Mezquita de Córdoba. No hemos tirado y destruido ninguna escultura de Escipión o de Averroes.

Sin embargo, constantemente, por motivos o intereses furtivos, se nos pide que pidamos perdón por el descubrimiento (no, perdón, la conquista) de América. ¿Se imaginan cómo sería el mundo, para los europeos y los “americanos” si Isabel la Católica no hubiese sufragado esta expedición?, ¿Alguien cree que de haberla hecho otro país hubiese sido mejor?, ¿más pacífica? ¿los ingleses que masacraron a las tribus de América del Norte?. ¿Cuál de las Américas ha vuelto a ser de sus primeros pobladores?

Y sin embargo, se destrozan estatuas de Colón.  


lunes, 11 de octubre de 2021

Las tres Españas

D. Antonio se equivocaba. Nos habló de dos Españas y dictó que una de ellas habría de helarte el corazón.

Antonio Machado no supo o no quiso ver que, en realidad, son tres las Españas que existen. Lo que pasa es que una es la España callada, la España que, como en la canción “no tiene ira y quiere vivir en paz”. Esa España, o esos españoles, que es a la que las otras dos España quieren robarles el corazón y, a veces, la vida.

Lástima que esa sea la España silenciosa, porque es, sin lugar a duda, la más numerosa, pero, paradójicamente, la más débil. La que sufre más víctimas cuando las otras dos quieren matarse, la que es capaz de ver virtudes y defectos en ambos extremos y en sus propias ideas, la que quiere vivir construyendo, sintiéndose orgullosa de ser UN pueblo con sus diferencias.

D. Antonio se equivocó y de su equivocación nos vienen estos males, esta guerra civil perenne entre las dos Españas que pilla en medio a la tercera.

Por eso, y sin querer ni mucho menos hacer de poeta o mejorar un poema inmejorable, sólo con la idea de incluir una poesía modificada con un objetivo didáctico, me permitirán la licencia de reescribirla (y estropearla): 

Ya hay un español que quiere

vivir y a vivir empieza,

entre una España que muere

otra España que bosteza,

Y una tercera que sólo quiere vivir.

Españolito que vienes

al mundo te guarde Dios.

las dos Españas

ha de helarte el corazón

Sobre todo si quieres pertenecer a la tercera.

Ojalá ésta aprenda a levantar la voz,

Como las otras las armas y las injurias.


Leyendo estas estrofas (las de Machado), uno claudica y entiende que somos un pueblo sin solución. Un pueblo que no sabe vivir si no mata al otro. Un pueblo que no sabe vivir en paz. Un pueblo que no pregunta qué han dicho, para calificar el contenido, sino quién lo ha dicho. Somos un pueblo de borregos, un pueblo que, según dicen, llegó a exclamar dirigiéndose al rey Fernando VII, el Deseado, el rey Felón, “señor, lejos de nosotros, el pecado de pensar”. Seguro que será una leyenda, pero qué bien nos define.

Y así nos encontramos entre los que quieren resucitar a Franco y los que quieren beatificar a ETA. Y lo peor, están dispuestos a comenzar una confrontación por ello.

Somos un pueblo de ideales, cuando lo que debemos tener (y respetar) son valores. Los ideales son compartidos y van enlazados unos con otros de forma que si se admite y se sigue uno, hay que querer a los otros (aunque individualmente algunos no nos parezca adecuado). Los valores son individuales, los elijo porque creo en ellos y, si la realidad me demuestra que no es adecuado, lo cambio sin presión del grupo. Los valores que yo tengo pueden coincidir con los de otro grupo, los ideales, no.

Rafael del Águila, uno de los grandes pensadores de este país, nos advertía “No es precisamente la ausencia de ideales lo que genera el exceso, la implacabilidad o el horror. Es su sobreabundancia…No hay política de poder que no se apoye en un gran ideal para justificar sus horrores” (1) .

Así que a esa tercera España, la que nos puede sacar de ese bucle que llamamos “nuestra historia”, sólo le quedan dos caminos. O empieza a hacerse escuchar o terminará otra vez con el corazón helado.


(1) Del Águila (2005). Políticas perfectas: ideales, moralidad y juicio. En A. Blanco, R. Del Águila y J. . Sabucedo. Madrid 11-M. Un análisis del mal y sus consecuencias (15-42)


domingo, 10 de octubre de 2021

Cuando la incultura se tiene como virtud y se alardea de ella.

 

Yo nací en los años 60 del siglo pasado. Recuerdo que en mi infancia nunca faltaron cuentos en casa y en mi adolescencia, terminando la EGB y durante el instituto hablar sobre el último libro leído era un  tema del que presumir.

Porque en aquellos tiempos, tener libros en casa era un orgullo por el que, a veces, nos privábamos de otros “lujos” para poder tener estos. Si, en aquellos libros contar con libros era un lujo para unas economías familiares muy escasas. Pero es que eran los años del “Circulo de Lectores”, de “Cesta y unto”, de “La Clave”. Un tiempo en el que la cultura era una virtud, un hábito preciado, una meta para la que los padres se privaban de una vida más cómoda con el fin de que sus hijos estudiaran  “y llegaran a ser alguien”, “lo que yo no he podido ser”.
En aquellos tiempos un obrero llegaba después de una larga jornada de trabajo y, con esas manos encallecidas, abría las solapas de un libro para que nadie pudiera tacharlo de inculto, para conseguir esa libertad que da el conocimiento.
Hace una noches, Arturo Pérez-Reverte fue entrevistado en El Hormiguero, lo que se agradece después de tanta farándula y “reguetón”.
El escritor y académico cometió el pecado de afirmar que tenía una biblioteca personal de 32.000 ejemplares. Bastó un día para que en un programa, que se basa en criticar a otros y cuyos presentadores se me antoja que no han leído ni por asomo lo que Pérez-Reverte, se ridiculizara al escritor.
Pero es que Pérez-Reverte no sólo cometió ese pecado. Cometió otro mucho peor, un pecado capital. Después de contar que Rajoy no había dado ni un duro para la Academia de la Lengua, adjetivó a Pedro Sánchez y se enfrentó a esa caricatura que ahora llaman feminismo. Es decir, fue políticamente muy, pero que muy incorrecto.
En los sesenta y setenta del siglo pasado, este escritor, por el hecho de serlo y por el demostrar la cultura que tiene, hubiese sido respetado en sus ideas, pero vivimos en la cultura de la postverdad y del desconocimiento (léase incultura) por bandera. En el que lejos de intentar ocultar ese vacío, se alardea de él.
Y así nos va.

martes, 24 de agosto de 2021

Sobre acogimiento, posverdad y lo políticamente correcto.

 Esta mañana escuchaba en una cadena radiofónica la queja de varios de los periodistas contertulios sobre la doble moral o doble rasero entre el acogimiento de la población afgana (a la que se “rifan” las comunidades autónomas) y el rechazo que sufren los MENAS de Ceuta.

Es curioso que lo que se está recriminando en las expulsiones (devoluciones) “masivas” de Ceuta, es decir, la generalización es lo que se lleva haciendo años con los acogimientos: acogemos todos los casos, sea cual sea el motivo (a las pruebas me remito: ¿Cuántos MENAS han sido devueltos a su país/familia?).

¿De verdad que se puede comparar una situación con la otra y criticar las distintas actitudes de los españoles ante estas realidades?

Sin ánimo de ofender creo que, una vez más, en los medios de comunicación se peca de esa mezcla tan aplaudida de buenismo, posverdad y lo políticamente correcto. Luego intentaré explicar esto, pero creo que ahora es necesario aclarar las diferencias entre ambos casos lo que justifica las diferentes reacciones.

En primer lugar, y con esto debería bastar, recordar que en Afganistan hay una guerra en la que los talibanes MATAN a los que no comulgan con sus ideas y reducen a la mínima expresión de ser humano a las mujeres. Que se sepa esto no ocurre con los menores marroquíes y si alguien sospecha que si ocurre, lo que debe hacer es denunciar a Marruecos.

En segundo lugar, de Afganistan estamos acogiendo a personas que han trabajado para nosotros y a familias. En Ceuta hay menores desarraigados que no hemos acogido, sino que han entrado en territorio español a la fuerza y de forma ilegal.

En tercer lugar los afganos que estamos trayendo vienen a pesar de la resistencia afgana a que éstos salgan de su país. En el caso de Ceuta, fue precisamente el país de origen, Marruecos, el que facilitó la salida.

 Hace tiempo comprendí que el buenismo, se vuelve en contra de los que lo ponen en práctica y sobre los que se pone en práctica.

Hablar de MENAS es utilizar un cajón de sastre en el que “echamos” a menores que llegan a España por distintos motivos y con distintos objetivos.

Antes de enumerar esta tipología aclaremos que el concepto de menor no es igual en nuestro país que en países como Marruecos. He conocido niños de 8 años que habían viajado desde Casablanca a Melilla SOLOS. Nuestros menores a esa edad necesitan que sus abuelos les crucen la calle. Un chaval de 14 años en Marruecos ya es considerado, y se considera, un adulto y se le exige lo que a un adulto.

Sin ser exhaustivos podríamos diferenciar entre menores de la calle, menores en la calle, menores en busca de trabajo, menores que huyen de la ley, menores con enfermedades crónicas incapacitantes que no reciben tratamiento en Marruecos.

 Hay menores de la calle que vivían en su país en la calle formando parte de bandas más o menos organizadas, que no tienen familia o no quieren vivir bajo una autoridad adulta. Suelen cometer hurtos y consumir drogas. Estos menores vienen a España porque las consecuencias de sus actos son más lasas en nuestro país. No se adaptan o no quieren ni permanecer en un centro de acogida y, si lo hacen, perturban mucho la convivencia en estos hogares utilizándolos como centro de refugio de sus actos delictivos.

Hay menores que, durante un tiempo han vivido en la calle. No son niños DE la calle. En este caso se trata de menores que se han quedado sin familia o que la madre, al volver a casarse no puede hacerse cargo de él/ella porque no es aceptado por su nueva pareja. En este caso vienen a España para contar con un hogar que las autoridades de Marruecos, a las que la Unión Europea le da ayudas parar ello, no les proporcionan centros de acogida. Estos niños, que vienen con el beneplácito de sus padres, viene a “su colegio privado” manteniendo contacto más o menos directo con sus familias que pertenecen a un estatus socioeconómico bajo, pero no pobre, siendo una fuente de “efecto llamada”.

Una tercera causa por la que llegan los menores a España es lo que se llama “busca la vida”. Como ya he mencionado un niño preadolescente o adolescente ya es considerado un joven adulto en Marruecos que debe aportar a la economía doméstica o, al menos, no ser una carga. Huyen a España en busca de trabajo y de cobrar lo que Messi o Ronaldo. Suelen adaptarse bien a los centros y a los estudios (siempre que estos sean prácticos para conseguir un trabajo). El problema es la desadaptación de estos menores cuando cumplen la mayoría de edad.

Por último están los menores que padecen una enfermedad crónica e incapacitante cuyo tratamiento no es cubierto por la sanidad de Marruecos (para lo que también aportamos ayudas). En estos casos suele ser la misma familia la que los trae a España y los “abandonan” aquí para que el estado español se haga cargo de ellos en ocasiones de por vida.

Hay un caso que no he numerado, pero que también se da y la prueba está en la de madres y padres que tras el “salto” que se produjo en Ceuta acudieron a la frontera para saber si sus hijos estaban entre los que habían cruzado.

Son los que yo denomino niños con el síndrome de Pinocho. En el popular cuento el niño de madera se encuentra con dos “amigos” camino de la escuela y estos le convencen para que les acompañe en sus travesuras. Y ahí se queda el pobre Geppetto sin saber dónde está ni qué le habrá ocurrido a su hijo (¿se imaginan la angustia de ese padre?). Pues de forma similar algunos niños acuden a una lejana y pobre escuela en un barrio deprimido de Marruecos o en una aldea. Gracias a la TV han visto ese mundo de lujo que ofrece occidente y, un día, con unos amigos (niños de la calle) decide marcharse a ser Cristiano o Messi o a tener el patín eléctrico y la consola  que tienen los niños europeos. Y ahí se quedan sus padres sin saber que ha pasado con sus hijos (créanme, como educador he conocido casos).

 Una vez expuestos esta tipología, muy similar a la que los que han querido estudiar el fenómeno han hecho, planteemos el porqué. ¿Por qué se insiste tanto en acoger a estos menores cuando hay un país de origen que recibe ayudas para que se haga cargo de ellos y al que se le reconoce (o al menos no se le denuncia) como gante de los derechos humanos?, ¿por qué no se insiste en devolver a sus familias (reunificación familiar) a estos niños, tal como nos gustaría que hicieran con los nuestros en caso similar cuando el bien supremo del menor debe ser, en primer lugar, continuar con su familia y en su cultura/país para evitar desarraigos?

De nuevo la respuesta es múltiple.

Por un lado, admitámoslo, es un negocio para algunos. Para otro es la vía de convertirse en su alter ego La Madre de Calcuta. Otros piensan que Europa está (eternamente) en deuda con estos países (por aquello de la colonización, la descolonización y la postcolonización).

Estos motivos encuentran un magnífico caldo de cultivo en una sociedad (la europea y, sobre todo, la española) acomplejada que arrastra la leyenda negra y que pasa a ser el origen de todos los males del mundo.

El paraguas de los políticamente correcto propicia un fenómeno muy peligroso, el sesgo de falso concenso y el de ignorancia pluralista. El primero se da cuando sólo se hacen públicas las ideas políticamente correcta. Entonces se piensa que TODO EL MUNDO OPINA LO MISMO. A consecuencia, el que discrepa se queda callado creyendo que es una minoría rara y que si da su opinión será centro de críticas.

Una sociedad “políticamente correcta” no sería condición suficiente para nuestras opiniones y decisiones se basaran en un buenismo que, a la larga de vuelve en contra: Por un lado, todos los menores son catalogados igual con lo que aquellos (que hay muchos) que se adaptan totalmente y ofrecen a nuestro futuro  mucho, terminan siendo catalogados como aquellos que no lo hacen (prejuicios). Por otro, la sociedad de acogida se convierte en diana de los menores y mayores que huyen de la ley o que ven en nuestras leyes y nuestras ayudas una solución de futuro.

La mezcla explosiva para este caso y para otros muchos es una sociedad políticamente correcta en una cultura de la posverdad. Porque la posverdad es definida como “una circunstancia en la que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y las creencias personales” (Villanueva, 2021, pag. 166) o como dice d´Ancona (2017) el triunfo de lo visceral sobre lo racional, de lo engañosamente simple sobre lo honestamente complicado.

Este sentimentalismo tóxico, como lo han denominado algunos (Dalrymple, 2017) se opone al racionalismo, a la línea ilustrada de la ciencia, de la necesidad de estudiar, comprobar, investigar los hechos. Intenten hacer una investigación en las que se mezclen conductas (negativas) con variables socioculturales, soliciten a los estamentos públicos (consejerías, Universidades, Ministerios) el permiso para recabar esta información… luego cuénteme la respuesta que reciben. Hay temas tabú. Pero no se olviden, el que no se investigue no significa que no exista y si no conocemos o erramos en el problema, fallaremos en la solución.

A todo ello hay que sumar la democratización de las opiniones: Todas valen, todas pesan igual, como dijo Isaac Asimov “mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento” y ello da pie a que todos opinemos de todo y que, al final, nos preguntemos para que buscar una costosa y difícil verdad basada en la investigación, si una atractiva opinión cala más.   

Para finalizar, me gustaría solamente pedir a los contertulios de medios de comunicación de masas, influencers, tiktogueros, youtubers y opinadores en general que analicen,  se autocritiquen, basen en hechos y piensen en las consecuencias de sus publicaciones. No olviden que, como afirman Lukianaff y Haidt (2018) las buenas intenciones y las malas ideas están abocando a las nuevas generaciones al fracaso.

 

sábado, 24 de abril de 2021

Libertad, pero ¿cuál?

En estos tiempos en los que unos y otros hablan de falta de libertad, donde todos nos quejamos de que están coartando nuestras libertades (materializada en Derechos Fundamentales), en que todos los partidos políticos se erigen en adalides de la libertad, creo que es idóneo preguntarse si somos libres y/o si vivimos en libertad. 
Mi respuesta es NO. 
Permítanme explicarme: 
Primero afirmar que la libertad no es una meta (inalcanzable), sino un camino asintótico. En segundo lugar aclarar que nunca se puede ser libre ya que siempre estaremos limitados por la biología, la geografía y las leyes de la física. Pero eso es ya otra cuestión. 
Así las cosas, paso a exponer mi línea argumental. Hemos desvirtuado tanto el concepto, el significado, de LIBERTAD que lo que algunos persiguen o anhelan no es lo que yo entiendo por libertad y lo que creo que hemos olvidado que conlleva la libertad. 

1. La libertad no es libertinaje. Esa es una frase muy usada, pero poco practicada. La mascarilla es para otros, el confinamiento es para otros, que nadie me diga lo que no puedo hacer… EN LIBERTAD, NO VALE TODO. Ser libre no es quemar un bosque porque me apetezca o tenga frio. 

2. La libertad conlleva responsabilidad. Tras la II Guerra Mundial, Milgram realizó un experimento para comprobar la obediencia a la autoridad. En el demostraba que el ser humano llega a realizar actos que a priori no creería llegar a hacer debido a que obedece, delega la responsabilidad en una autoridad. Erich Fromm, famoso psicoanalista, escribió “Miedo a la Libertad”, ensayo en el que explicaba la tendencia en dejar en manos de otro la tarea de decidir. Lo que explicaba la facilidad para que aparecieran las dictaduras. Juan Pablo II dijo “La libertad no consiste en hacer lo que nos gusta, sino en tener el derecho a hacer lo que debemos” y Elbert Hubbard llegó a afirmar que “La responsabilidad es el precio de la libertad”. 
La libertad debe ir acompañada de responsabilidad, sobre lo que hacemos con ella y lo que no debemos hacer. Responsabilidad para no acudir al “pues tú, más” o el “lo hago porque puedo” y, sobre todo para asumir errores. 

3. La libertad no equivale a avergonzarse de lo que uno es, de donde proviene o de lo que lo identifica con otros. La libertad no es quemar banderas. Cuando era joven, un amigo se fue de viaje mochilero por toda Europa. Al volver me comentaba que a los españoles se les reconocía allá por donde estaban. Le pregunté si era por la “fiesta”, el acento, el tono de voz… Me contestó que era porque eran los únicos que no llevaban su bandera cosida en la mochila. 
Algunos aluden a que la bandera representa valores con los que no está de acuerdo, con los que no se identifican. No se puede estar más equivocado. Las banderas significan lo que tú, yo y los otros (ahora, en el presente) decidamos. Todos los símbolos y banderas han ido siendo usadas por grupos de distinta ideología (v.g. la cruz gamada). 
Otros aluden a que ellos no son de ningún país, que son cosmopolitas. Si, lo serán, pero lo son porque los principios de libertad que precisamente representa esa bandera y que los “deja” ser cosmopolita. ¿No lo entiendes?, pregúntale a un cubano si su bandera le permite ser cosmopolita, pregúntale a un alemán que hubiese vivido en la Alemania nazi si podía ser cosmopolita, pregúntale a un ruso de la antigua URSS si podía ser cosmopolita. Lo cortés no quita lo valiente. 

4. Ser libre obliga a ser culto. Porque no se puede ser libre si se es ignorante. Kofi Annan, Secretario General de la ONU, dijo “La educación no sólo enriquece la cultura… Es la primera condición para la libertad, la democracia y el desarrollo sostenible”. 
Para ser libre hay que ser capaz de ser críticos y no se puede ser crítico sin conocer, sería como querer construir un cohete para ir a la Luna sin contar con las piezas y las herramientas. 

5. Para ser libre hay que aceptar que algunos tienen que velar para que no se pierda esa libertad y no se convierta en represión ni en libertinaje. No podemos crear esa figura a través de nuestras leyes, nuestra Constitución y luego apedrearlos cuando no nos interesa y atarlos de pies y manos para hacer el trabajo que LE HEMOS ENCOMENDADO. Sería como robar al guardián que hemos elegidos para custodiar nuestros tesoros. 

6. La libertad significa respeto. Respetar al que opina/piensa distinto. Pero respetarlo hasta tal punto que nadie tema expresarse. 

7. Libertad significa valorar las opiniones por lo que dicen y no por lo quién la dice. Vamos por la vida como hinchas de fútbol “Viva mi equipo MANQE pierda”. Eso no es ser libre, es autoengañarse por falta de autocrítica. El ser libre no se asusta, ni se avergüenza de reconocer la razón del otro, contrariamente, lo aplaude. 

 Así que si me preguntan si estamos en un país libre, contestaré que no porque vivimos en una sociedad en la que “triunfa” un personaje inculto por pasar unos días en una playa o en una casa o divulgando sus vergüenzas y las ajenas en un programa; en el que haber “robado” del heraldo público o haber mentido reiteradamente, les hace asiduos de los medios de comunicación o se atreven a escribir libros que luego son superventas; en la que atamos insultamos (activa o pasivamente al no defenderlos) a los que cuidan de que podamos seguir disfrutando de nuestra libertad y en la que nadie se responsabiliza de nada en la que los ranking sobre educación nos sitúan en puestos de vergüenza.

jueves, 11 de marzo de 2021

Hay una historia grande y una historia chica.


La historia grande es la que aparece en los libros y habla sobre los generales que dirigieron una batalla, pero se olvida del soldado que murió con arrojo; elogia al arquitecto que levantó un rascacielos, pero se olvida del obrero que soldó las vigas con un abismo bajo sus pies; alaba al ingeniero que proyectó un barco de dimensiones no conocidas hasta el momento, pero se olvida del remachados que quemó sus manos y quebró su espalda; relata la odisea del capitán del barco, pero se olvida del marinero que subió al velamen en plena tormenta.

Las historia chica se transmite oralmente entre familiares y amigos… y se pierde sin conocer a esos magníficos personajes, lo que mi mujer llama “almas anónimas”.

Mi padre, como supongo que todos los padres, fue uno de esos personajes. Vivió en la postguerra, una época que permitió que aparecieran, se forjaran, muchos de estos personajes que a diario tenían que demostrar su valía y en la que tan difícil era ser fiel a unos principios.

Después de nacer en Navarra y recorrer media España peninsular, acabó en Melilla. Esa pequeña y desconocida ciudad española enclavada en el norte de África que, a pesar de no ser una gran capital, ni siquiera una gran ciudad, está repleta de historias grandes y pequeñas (ambas olvidadas o desprestigiadas).




Y la historia de mi padre va ligada a la del desarrollo de esta ciudad ya que el motor de la misma fue, sin duda, su puerto y la construcción de éste.

Los tiempos de mi padre fueron los tiempos de otros muchas “almas anónimas” que tenían nombre como el “Pintarroja”, el “Sorroche”, el “Cartagena”, “Pedro el francés”, el “Maño”, "Perico faratabailes”,… no cuesta mucho percatarse de que fueron unos tiempos en los que Melilla se construía con foráneos que acudían a la ciudad buscando trabajo o que, habiendo venido “a hacer la mili”, se quedaban.

Eran tiempos de cigarrillo perenne en la boca o entre los dedos; de manos cuyos poros siempre retenían la grasa de los motores, por mucho que se las lavaran al terminar el trabajo; de pantalones ceñidos por encima de la cintura con un cinturón de cuero y bigote fino a lo Errol Flynn.

También había otros nombres precedidos del Don, que en aquellos tiempos sólo lo adquirías si tenías el título de bachiller (“ya tengo un hijo Don”, se enorgullecían mis padres cuando mi hermano obtuvo el título). Don Damián, el “Catalán”, capitán de la citada grúa, hombre taciturno y frecuentemente malhumorado (probablemente fruto de su responsabilidad y de la vida que le tocó llevar)y que la tripulación respetaba por su experiencia; Don Emilio Calabuig, Jefe de maquinas y, a pesar de ello dispuesto en todas las tareas y que se ganó el apodo de “El Tío Emilio”… luego había otros “Don” fruto de la soberbia (pero esos, mejor olvidarlos).

Eran hombres duros, lo decía mi padre. Hombres de la mar, hombres que se levantaban a diario para trabajar de sol a sol, sin seguridad alguna.

Ellos estuvieron con la “Grúa flotante” sacando a flote partes del acorazado “España” en la punta del Cabo Tresforcas. Ellos estuvieron sacando esa misma grúa de la playa del cargadero cuando uno de esos temporales de levante la embarrancó en las arenas.



Ellos estuvieron cuidando para que no se fueran a pique 5 fragatas en el temporal que azotó la costa en marzo de 1990.

Fue tal la actuación de estos personajes anónimos de la historia que el presidente de la Junta del Puerto de Melilla escribió al entonces Subsecretario del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo:

“Hace breves días sufrimos un temporal en Melilla como no se conocía por este lugar –a decir por los mayores de esta ciudad- desde el año 1964.

Coincidió tal inclemencia meteorológica con la presencia en el puerto de 5 fragatas –corbetas según la Marina- que se refugiaron para evitar esta circunstancia, permaneciendo aquí hasta que amainó el temporal de Levante.

Pues bien, como consecuencia de este temporal y la falta de un total abrigo del Puerto, fue requerida la Junta para prestar servicio en la seguridad de estas embarcaciones.

El Personal que se relaciona en anexo aparte acudió como es costumbre en este Organismo, todos a una, con evidente riesgo en algunas ocasiones y fueron cambiando, poniendo, reforzando las defensas durante un servicio permanente por turnos en el último día cuando amainó un poco. Es decir, estuvieron de servicio 48 horas –desde las 07 horas del sábado a las 07 horas del lunes- sin conocer, ni preguntar siquiera, como serían abonados los servicios.

Este personal ya ha participado en trabajos de rescate de ahogados-suicidas en el muelle, de rescate de un polizón aprisionado bajo el eje de un camión fuera del recinto portuario, pero que debido a su disposición y a la escasez de maquinaria pesada en esta Ciudad fue necesario su concurso, obteniendo por ello el reconocimiento del  Pleno del Organismo en varias ocasiones…”

 A esta misiva, añadiré la que recibió personalmente mi padre de la Comandancia Militar de Marina:

“El Comandante de la 21ª Escuadrilla de Escoltas, me pide le haga llegar su agradecimiento y felicitación, por la total colaboración con que se contó en todo momento con la Junta del Puerto, atendiendo con gran celo y presteza todas las solicitudes de ayuda con ocasión del fuerte temporal que obligó a tener que tomar especiales medidas de seguridad en evitación de graves daños a los buques…”




La historia grande muchas veces es injusta, tergiversada por intereses; la historia chica, si no se ajusta a la verdad, es sólo por el cariño que le tengamos a sus protagonistas.

 La generación de mi padre (y, por supuesto, de mi madre), fue la que sobrevivió a la guerra, sufrió la postguerra y construyó la Transición.

Fue una época de carencias en las que no se contaba con los privilegios ni los avances de hoy. Tiempos en los que un armario guardaba la ropa de toda la familia, en los que se tenía una ropa para trabajar y otra para los domingos; en los que se compraba una camisa o una falda y se guardaba para estrenar en Semana Santa por aquello de “ El Domingo de Ramos, al que no estrena nada, se le caen las manos”. Tiempos en los que una mesa con un mantel de terciopelo negro en la puerta de un vecino, nos decía que alguien había muerto y no era de extrañar que fuese un niño. Aún no nos habíamos convertido en una sociedad tanatofóbica.

Tiempos en los que no podíamos consultar el parte meteorológico en nuestro teléfono, pero en el que existían personajes como Antonio, “el Mudo”, marinero seguramente desde la cuna, que era capaz de predecir un temporal cuando el día estaba despejado y no corría una gota de aire. Era la experiencia de ese marinero lo que los demás respetaban.

Eran tiempos en los que, la austeridad agudizaba el ingenio y  en un taller se REPARABAN las piezas y no se cambiaban por otras nuevas. Y podías encontrar a un tornero/fresador que apenas sabía leer, reconstruyendo un eje o dando forma a una pieza de un motor o a un electricista liando a mano una bobina. Todos eran diestros en varias tareas, pues eso es lo que les permitía llevar unas pesetas a casa.

 Escribir estas pequeñas historias debería ser un deber de los historiadores y de la gente que conocimos a sus protagonistas. Si no es así, la historia contada será una invención, un cuadro que hemos empezado a esbozar, pero que carece de los detalles que lo hacen único. En mi caso quería que fuera un reconocimiento a mi padre, pero también a todos esos personajes que conocí o de los que tantas historias me contó él. Sus nombres se han borrado o se borrarán, pero no olvidemos que ellos (y nosotros si nos lo merecemos) formaron parte de la historia.


P.D.: Cualquiera que haya leído este artículo tendrá su propia historia, el recuerdo de su personaje, de su alma anónima. Aprovecha y escríbela en los comentarios. Así haremos una gran pequeña historia.