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jueves, 14 de octubre de 2021

Todas las muertes no valen lo mismo

 Ayer atendí a la madre de un chico que se había suicidado. El dolor, mezclado con la culpa y con los sentimientos de desgarro que pude sentir en esa mujer me llevó a otro dato que lleva algunos meses por la red:

el presupuesto para salud mental en 2020 fue de 2,5 millones. El número de suicidios en ese año fue de 3671. 10 suicidios al día.
Ese mismo año se destinaron 451,4 millones para violencia de género. 43 fueron las asesinadas por motivos machistas.
Yo me pregunto si no todas las muertes evitables valen lo mismo, si el dolor, el sentimiento de culpa y la estigmatización de esa madre no es tan importante como la de las madres que pierden a sus hijas a mano de sus parejas. Si un hijo huérfano por un suicidio es menos huérfano que el que lo es por un asesinato machista. Si las lágrimas no son las mismas, si el llanto, el desconsuelo, el duelo, no vale lo mismo.
Algo habrá que hacer para evitar los suicidios. Cómo en un caso vale tanto una vida y en otro se desprecia.
A ver para cuando en los medios de comunicación en la que se diga "El suicidio lo paramos entre todos", para cuándo un "ni un suicidio más, ni un suicida menos", para cuándo un teléfono al que puedan acudir los familiares/amigos que sospechan que algún ser querido está pensando en suicidarse.
Teniendo en cuenta que ayer fuimos dos psicólogos/as voluntarios para atender un caso que debería estar contemplado en nuestro sistema de salud y para el que se debería contar con profesionales insertados en el sistema, la respuesta a mis preguntas y a mis deseos, se me antoja lejana.

Valores, emociones

Ayer vi llorar a cuatro jóvenes por la muerte de un amigo. Uno de ellos abrazaba a una compañera para consolarla. Habían viajado desde Guadalajara y habían ido en el mismo ferry que traía el féretro de su amigo y compañero.

Eran cuatro jóvenes, como otros cualquiera, solo que estos llevaban uniforme y tricornio.

A veces, cuando se habla de valores algunos dibujan una irónica sonrisa, como si habláramos de algo desfasado, algo arcaico e inservible. Anoche yo vi en esas lágrimas sentimientos, emociones y valores. No era sólo lo que sentían por un amigo, era la lealtad a su compañero.

Me gustaría pensar que algún día, todos compartiremos esos valores que cuerpos como la Guardia Civil o la Legión muestran con sus gentes.

martes, 12 de octubre de 2021

Y sin embargo, se destrozan estatuas de Colón.

Por el día de la Hispanidad.

Y sin embargo, se destrozan estatuas de Colón.  


En el año 218 A.C. los romanos desembarcan en Ampurias y comienzan la conquista romana de la península ibérica. En la misma masacraron ciudades (Cartagena, Numancia, Sagunto), violaron, asesinaron y acabaron con las culturas íbera y celta entre otras… pero nosotros hablamos orgullosos del legado romano que nos dejó una lengua común, construcciones, vías, leyes. 

Ya antes habían ocurrido otras invasiones (fenicios, griegos, cartagineses) y ninguna de ellas fue pacífica (al menos del todo).

En el siglo V (411 d. C.) comienzan las invasiones germánicas bárbaras o visigodas. Unos pueblos luchando por apropiarse de la península “romana”. Tampoco fueron campañas pacíficas,… pero nosotros hablamos de la cultura visigoda, del arte prerromano  con sus muros de sillería y el arco de herradura.

La conquista musulmana comienza en el 687, aunque se hable de la batalla de Guadalete en el 711 como su inicio, y no acaba hasta la reconquista de Granada. En esos siglos las batallas, asesinatos y actos sangrientos por ambos bandos fueron constantes (no hablemos de la semi-imposición de una religión)… pero nosotros nos enorgullecemos del legado andalusí, del enriquecimiento de nuestra lengua con miles de términos árabes, de la cultura, la ciencia, la filosofía, los inventos, los avances en medicina.

Llega 1808 y la península sufre la invasión napoleónica o francesa. No me detendré en las atrocidades que nuestros vecinos del norte realizaron durante ese intento. Pero, incluso en este caso en el que expulsamos al invasor, somos capaces de afirmar que quizás nos hubiese ido mejor con sus ideas ilustradas que con el despotismo por el que luchamos.

NUNCA se nos ha ocurrido que todos estos pueblos debían pedirnos perdón. Nunca se pensó en destruir el acueducto de Segovia, la iglesia de San Juan de Baños o la Mezquita de Córdoba. No hemos tirado y destruido ninguna escultura de Escipión o de Averroes.

Sin embargo, constantemente, por motivos o intereses furtivos, se nos pide que pidamos perdón por el descubrimiento (no, perdón, la conquista) de América. ¿Se imaginan cómo sería el mundo, para los europeos y los “americanos” si Isabel la Católica no hubiese sufragado esta expedición?, ¿Alguien cree que de haberla hecho otro país hubiese sido mejor?, ¿más pacífica? ¿los ingleses que masacraron a las tribus de América del Norte?. ¿Cuál de las Américas ha vuelto a ser de sus primeros pobladores?

Y sin embargo, se destrozan estatuas de Colón.  


lunes, 11 de octubre de 2021

Las tres Españas

D. Antonio se equivocaba. Nos habló de dos Españas y dictó que una de ellas habría de helarte el corazón.

Antonio Machado no supo o no quiso ver que, en realidad, son tres las Españas que existen. Lo que pasa es que una es la España callada, la España que, como en la canción “no tiene ira y quiere vivir en paz”. Esa España, o esos españoles, que es a la que las otras dos España quieren robarles el corazón y, a veces, la vida.

Lástima que esa sea la España silenciosa, porque es, sin lugar a duda, la más numerosa, pero, paradójicamente, la más débil. La que sufre más víctimas cuando las otras dos quieren matarse, la que es capaz de ver virtudes y defectos en ambos extremos y en sus propias ideas, la que quiere vivir construyendo, sintiéndose orgullosa de ser UN pueblo con sus diferencias.

D. Antonio se equivocó y de su equivocación nos vienen estos males, esta guerra civil perenne entre las dos Españas que pilla en medio a la tercera.

Por eso, y sin querer ni mucho menos hacer de poeta o mejorar un poema inmejorable, sólo con la idea de incluir una poesía modificada con un objetivo didáctico, me permitirán la licencia de reescribirla (y estropearla): 

Ya hay un español que quiere

vivir y a vivir empieza,

entre una España que muere

otra España que bosteza,

Y una tercera que sólo quiere vivir.

Españolito que vienes

al mundo te guarde Dios.

las dos Españas

ha de helarte el corazón

Sobre todo si quieres pertenecer a la tercera.

Ojalá ésta aprenda a levantar la voz,

Como las otras las armas y las injurias.


Leyendo estas estrofas (las de Machado), uno claudica y entiende que somos un pueblo sin solución. Un pueblo que no sabe vivir si no mata al otro. Un pueblo que no sabe vivir en paz. Un pueblo que no pregunta qué han dicho, para calificar el contenido, sino quién lo ha dicho. Somos un pueblo de borregos, un pueblo que, según dicen, llegó a exclamar dirigiéndose al rey Fernando VII, el Deseado, el rey Felón, “señor, lejos de nosotros, el pecado de pensar”. Seguro que será una leyenda, pero qué bien nos define.

Y así nos encontramos entre los que quieren resucitar a Franco y los que quieren beatificar a ETA. Y lo peor, están dispuestos a comenzar una confrontación por ello.

Somos un pueblo de ideales, cuando lo que debemos tener (y respetar) son valores. Los ideales son compartidos y van enlazados unos con otros de forma que si se admite y se sigue uno, hay que querer a los otros (aunque individualmente algunos no nos parezca adecuado). Los valores son individuales, los elijo porque creo en ellos y, si la realidad me demuestra que no es adecuado, lo cambio sin presión del grupo. Los valores que yo tengo pueden coincidir con los de otro grupo, los ideales, no.

Rafael del Águila, uno de los grandes pensadores de este país, nos advertía “No es precisamente la ausencia de ideales lo que genera el exceso, la implacabilidad o el horror. Es su sobreabundancia…No hay política de poder que no se apoye en un gran ideal para justificar sus horrores” (1) .

Así que a esa tercera España, la que nos puede sacar de ese bucle que llamamos “nuestra historia”, sólo le quedan dos caminos. O empieza a hacerse escuchar o terminará otra vez con el corazón helado.


(1) Del Águila (2005). Políticas perfectas: ideales, moralidad y juicio. En A. Blanco, R. Del Águila y J. . Sabucedo. Madrid 11-M. Un análisis del mal y sus consecuencias (15-42)


domingo, 10 de octubre de 2021

Cuando la incultura se tiene como virtud y se alardea de ella.

 

Yo nací en los años 60 del siglo pasado. Recuerdo que en mi infancia nunca faltaron cuentos en casa y en mi adolescencia, terminando la EGB y durante el instituto hablar sobre el último libro leído era un  tema del que presumir.

Porque en aquellos tiempos, tener libros en casa era un orgullo por el que, a veces, nos privábamos de otros “lujos” para poder tener estos. Si, en aquellos libros contar con libros era un lujo para unas economías familiares muy escasas. Pero es que eran los años del “Circulo de Lectores”, de “Cesta y unto”, de “La Clave”. Un tiempo en el que la cultura era una virtud, un hábito preciado, una meta para la que los padres se privaban de una vida más cómoda con el fin de que sus hijos estudiaran  “y llegaran a ser alguien”, “lo que yo no he podido ser”.
En aquellos tiempos un obrero llegaba después de una larga jornada de trabajo y, con esas manos encallecidas, abría las solapas de un libro para que nadie pudiera tacharlo de inculto, para conseguir esa libertad que da el conocimiento.
Hace una noches, Arturo Pérez-Reverte fue entrevistado en El Hormiguero, lo que se agradece después de tanta farándula y “reguetón”.
El escritor y académico cometió el pecado de afirmar que tenía una biblioteca personal de 32.000 ejemplares. Bastó un día para que en un programa, que se basa en criticar a otros y cuyos presentadores se me antoja que no han leído ni por asomo lo que Pérez-Reverte, se ridiculizara al escritor.
Pero es que Pérez-Reverte no sólo cometió ese pecado. Cometió otro mucho peor, un pecado capital. Después de contar que Rajoy no había dado ni un duro para la Academia de la Lengua, adjetivó a Pedro Sánchez y se enfrentó a esa caricatura que ahora llaman feminismo. Es decir, fue políticamente muy, pero que muy incorrecto.
En los sesenta y setenta del siglo pasado, este escritor, por el hecho de serlo y por el demostrar la cultura que tiene, hubiese sido respetado en sus ideas, pero vivimos en la cultura de la postverdad y del desconocimiento (léase incultura) por bandera. En el que lejos de intentar ocultar ese vacío, se alardea de él.
Y así nos va.