“Somos lo que comemos” suele
decirse, pero yo no estoy de acuerdo. “Somos
lo que hemos leído” o, al menos, era así cuando se tenía la costumbre de
leer, de abrir un libro de papel y subrayar sus páginas, cerrarlo con la misma pesadumbre
con la que se despide a un amigo. Cuando un libro era un tesoro, un bien
preciado que guardábamos en NUESTRA biblioteca,
“disco duro” de nuestro cerebro, para visitarlo de vez en cuando.
Hablo de un tiempo en el que
pocas novelas se pasaban a película (“¿para
qué voy a leer El niño del pijama de rayas, si está la película?”) y cuando
reuníamos algún “dinerillo” íbamos a la Librería Mateo esperando que algún libro
TE eligiera.
Nos sentíamos orgullosos de
comentar el último libro leído porque ello decía mucho de cómo éramos y, si se
hacía un recorrido por lo que otra persona había leído, podíamos adivinar
(deducir) sus valores, su gustos, sus
aspiraciones.
Yo pasé parte de la infancia “viendo”
(que no leyendo) Hazañas Bélicas que
mi hermano coleccionaba y con los que, reconoce, aprendió mucha historia.
Esa pseudolectura la compaginé
con los cuentos clásicos que siempre dejaban una moraleja. Mira por donde, hoy,
algunos autores, usan cuentos como terapia.
Pasé de los cuentos a las historias
de Asterix y Obelix y las peripecias
del inmejorable Tintín con el que
tantos aprendimos a amar la aventura y los viajes.
No sería quien soy sin haberme
empapado de Julio Verne con el que
bajé al centro de la tierra y despegué hacia la luna, pero, sobre todo, surqué
20.000 leguas por el fondo de los mares. Sin él, no hubiese sentido esa pasión
por el buceo.
Durante mi adolescencia-juventud
fueron cayendo en mis manos, o mejor, me encontraron, me eligieron, varios
libros que incorporé a mi forma de ser. Robinson
Crusoe fue uno de ellos. Aunque luego leí que Defoe simbolizaba el
colonialismo, del hombre perfecto y de la moral suprema, para mí fue sólo una
aventura un modelo de hombre a quien imitar queriendo res autosuficiente y
amando la naturaleza.
Cuando viajaba, siempre acababa en la
sección de ofertas literarias del Corte Inglés. Allí, en un viaje de estudio,
me esperaba Siddhartha. Sin duda una
de las lecturas que más me han marcado. Creo que llegó en el momento (la edad)
propicio. Me cambió, me maduró. Descubrí que lo que fuera, tendría que
descubrirlo por mí mismo y que, por tanto, yo sería el responsable de lo aprendido
y, sobre todo, de lo que desaprovechara. Lo intenté con otras lecturas de Hess…
pero ya no fue lo mismo.
No me avergüenza admitir que, de forma paralela, en mi adolescencia leí repetidas veces (cada vez que me dejaba una novia) Love Story.
No me avergüenza admitir que, de forma paralela, en mi adolescencia leí repetidas veces (cada vez que me dejaba una novia) Love Story.
Después pasé a Heminway. En ¿Por quién doblan las campana?, descubrí
que tras la GRAN historia que te enseñaban en el colegio/instituto, se escondía
una historia íntima, pequeña y más real. También descubrí que era necesario que
hubiese alguien que recogiera y contara estas pequeñas historias.
En mis primeros años de carrera me hice
con “La Ciudadela”. Cronin me enseñó el modelo de profesional que quería ser o,
al menos, al que quería parecerme (el de referencia), al que debía perseguir. Por esas fechas también leí un libro del que todavía recuerdo frases. Una Oriana Fallaci, dura, reflexiva, objetiva, nos presentaba en "Nada y así sea" la guerra de Vietnam desde una perspectiva humana, lejos de lo que, en aquellos tiempos, nos había mostrado el cine.
A lo largo de los años he ido leyendo
otros libros, cada vez más profesionales, más técnicos. El número de lecturas
al año ha ido menguando por falta de tiempo y “como la van a poner en la Tele…”.
Si queréis conocerme, mirad en mis
estanterías. Una advertencia, a más usado, subrayado, deteriorado que esté el
libro, más es parte de mí.
¿Qué libros eres tú?.