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sábado, 25 de julio de 2020

Yo nací en los 60

Yo nací en los 60 (del siglo pasado). Esto significa que cada vez exclamo más lo de “qué joven eres” y cada vez me digo menos lo de “cuando yo llegue a esa edad”.
Los españoles nacidos en los 60 hemos vivido muchos cambios. Quizás más que otras generaciones. No vivimos la guerra de nuestros padres, ni la postguerra de nuestros hermanos mayores, pero nos pilló el torrente de la Guerra Fría, de las revoluciones, de las caídas de dictaduras y muros… y de la frenética carrera tecnológica.
Esta civilización global e informatizadas nos ha pillado en el peor momento. Nos criamos con un tocadisco o un casette (es curioso, Word me subraya las dos palabras como incorrectas o desconocidas)  que no dejaban de servir en todos los años de nuestra adolescencia, nos criamos con 2 cadenas de TV, con una calculadora que hacía poco más que sumas, restas, multiplicaciones y divisiones y, ahora, se nos exige aprender programas (aplicaciones) informáticos en ordenadores, tablets, teléfonos inteligentes (smart) y relojes que se quedan antiguos, obsoletos, cada muy pocos años (obsolescencia programada funcional).
Nos criamos aprendiendo el español, su gramática, su léxico, su ortografía para poder escribir cartas (estilo epistolar), para poner los puntos y las comas donde debían, para no confundir “vaca” con “baca”… y, ahora, hay un corrector y, con la excusa de escribir rápido, se comen las comas; se desapuntan los puntos y la H se queda muda cuando ve que nunca la ponen.
Eso sí. El inglés, nivel nativo. Si no, te encuentras con sonrisas (la de ellos) y lágrimas (las tuyas).
Nos criamos en un ciriguizo, jugando a la lima, metiendo canicas de cristal (o cariocas multicolores) en un hoyo o pasando toda la tarde con el mismo pantalón y jersey con el que habías ido al colegio, dándole a un balón en una explanada de tierra y piedras en cuyos extremos un par de piedras  o carteras hacían de portería ¡Y ay del que se fuera de allí sin un raspón en la rodilla, un sollón en el codo o una nariz sangrando.
Ejercitábamos todos los músculos de un cuerpo infantil/adolescente en construcción. Y, ahora, sobran un par de pulgares para construir imperios o destruir ejércitos de zombies sin ni siquiera sudar.
Hemos tenido que aprender, subordinarnos, ceder a la dictadura de las redes sociales.
Yo lo intento con instagram, pero no soy tan narcisista, ni tengo tan poco que decir como para que me guste.
Facebook (que me han dicho que está pasado de moda) me gusta más. Me permite escribir más y hacer uso de comas, puntos y H (aunque algunos no lo hagan).
Nos pilla mal esta vorágine, esta necesidad de bajarse la última aplicación o comprarse un nuevo reloj donde ver todo salvo la hora.
En fin, os dejo que tengo que “colgar” alguna gilipollez en Tik Tak para hacerme influencer y que me sigan cientos de miles de usuarios aunque ninguno sepa diferenciar si sobre el techo de su coche lleva una baca o una vaca, ni falte que (piensan) les hace.

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