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martes, 13 de mayo de 2014

GIPEC, pasado, presente y futuro.

Quiero empezar esta reflexión con una frase que circula por la WEB y que enmarcará las siguientes ideas:
El día que este país comprenda que un maestro, un médico, un bombero son más importantes que un futbolista igual hay salvación
Han pasado 10 años del 11-M. En agosto harán 18 años de la tragedia de Biescas, catástrofe a la que acudieron unos psicólogos mientras la mayoría nos preguntábamos qué hacían unos colegas fuera de sus consultas junto a bomberos, rescatistas, médicos, guardia civiles,… en una catástrofe.
Hay una anécdota que suelo contar en los cursos que imparto y que , finalmente plasmé en la introducción de mi segundo libro sobre intervención en emergencias. Ocurrió en mi primer contacto con una catástrofe, la ruptura del depósito de agua de Melilla en noviembre de 1997, en esa fecha yo y mis compañeros/as llevábamos bastante años de terapia y contacto con pacientes, sin embargo, cuando nos mandaron al tanatorio para realizar una apoyo psicológico con los familiares de los fallecidos, nos preguntamos qué íbamos a hacer. Creo que darme cuenta de este desconocimiento fue lo que me impulsó a  aprender más al respecto.
Quizás sea hora de realizar una reflexión sobre el pasado, presente y futuro del apoyo psicológico en emergencias y catástrofes.
Hace 18 años de la tragedia de Biescas, España se sumó a los países en los que los psicólogos ofrecíamos nuestro conocimiento a los afectados de una catástrofe… nuestro escaso conocimiento. Han pasado casi 20 años y los Colegios de Psicólogos han realizado un esfuerzo importante para paliar este déficit formativo que se ha materializado en la creación de los GIPEC.
La participación de los psicólogos en emergencias se ha normalizado, popularizado, se ha hecho necesaria, se solicita. Hoy en día lo anormal sería que ante el sufrimiento de afectados en una emergencia o desastre no participaran psicólogos que realizaran los “primeros auxilios psicológicos”. Recientemente ante la desaparición del vuelo MH370 que despegó de Kuala Lumpur con destino Pekin, veíamos a psicólogos chinos activados para trabajar con los familiares que esperan noticias. Noticias similares, por desgracia, son cada vez más frecuentes. El cúmulo de manuales, cursos e investigaciones sobre la gestión e intervención psicológica en emergencias se ha multiplicado, pasando de la casi inexistencia de obras prácticas a finales de los 90 a la amplia oferta actual. 
Sin embargo, esta necesidad de especialización que los propios psicólogos hemos detectado y nos exigimos, no ha sido recogida por aquellos en cuyas manos está nuestra intervención. A pesar de que los GIPEC firman convenios con distintos niveles de nuestros gobiernos (mayoritariamente con las Consejerías), los gestores (léase políticos) aún no han comprendido que contar con nosotros no debe ser un mero formulismo o una forma de “aparecer en prensa”. Si bien en todas las catástrofes se les llena la boca para anunciar que se cuenta con la colaboración de psicólogos (a veces hablan de “sus” psicólogos), los responsables de los GIPEC saben de las dificultades y las trabas con las que se encuentran cuando “en tiempos de paz” se negocian (mendigan) los convenios de colaboración. Como otros colectivos, los responsables políticos tienen la idea de que ser psicólogo es sinónimos de ser, como suele decirse, “hermanitas de la Caridad” (con todos mis respeto hacia estas religiosas con las que he tenido el honor de trabajar) y, por tanto, que debemos de estar ansiosos por ayudar al prójimo de forma altruista (casi nos hacen un favor). Otro dato en este sentido sería la ausencia específica de nuestros grupos en los Planes Territoriales de Emergencia o el intrusismo permitido de grupos de psicólogos que no actúan bajo la coordinación de los Colegios Oficiales (únicos estamentos que velan por la intervención profesional bajo estrictos códigos deontológicos y que regulan y exigen formación continua y específica). Parece que para este tipo de tarea, tan específica, tan comprometida, valiese cualquiera en un mundo que a lo que tiende es a la especialización. ¿Se imaginan si hoy en día en la Seguridad Social le asignaran un “médico de cabecera” para tratar un tumor o un hueso roto?
Somos profesionales. Hace ya algunos años (2011), en una charla en Valencia comentaba que los psicólogos en emergencias habíamos pasado del periodo de cargar las tintas sobre la falta de formación y de efectivos a un nuevo periodo en el que debíamos centrarnos en la especialización y evitar la sobrerespuesta que se estaba dando en los últimos acontecimiento y ponía como ejemplo el 11-M en el que los psicólogos habían acudido de forma masiva, desinteresada y voluntaria a la llamada. Tres años después insisto en que la psicología española en emergencias ya ha superado la mayoría de edad y madura de forma saludable y, como buen “adolescente”, debe enfrentarse a nuevos retos: pasar de la cantidad a la calidad, exigir la profesionalización y el reconocimiento oficial de esta dedicación. 
Pasar de la cantidad (sobrerespuesta) a la calidad significa, por un lado, que se regularice a través de los Planes Territoriales la activación de los psicólogos adecuando tanto en número de profesionales que se activan, como en formación y, por otro, que la formación englobe no sólo el SABER, sino también el SABER HACER, el QUERER HACER y el PODER HACER. Exigir la profesionalización es huir de la asignación de psicólogos sin preparación específica a tareas de apoyo en catástrofe (lo que algunas ONG/entidades siguen haciendo).Por último, exigir reconocimiento significa, simplemente que se nos considere y se nos trate como a otros profesionales a nivel organizacional y laboral.
Para finalizar se me permitirá citarme a mi mismo. En la introducción al último manual que escribí (1), decía: 
En la actualidad, los psicólogos interesados en este campo cuentan con una oferta formativa bastante extensa y con un cuerpo bibliográfico (afortunadamente muy práctico) que les permite acudir a una emergencia con una preparación no despreciable.
Ello no significa que todo esté hecho. Ni mucho menos. Ante nosotros se abren retos muy importantes: mayor especialización, formación universitaria regladas, reconocimiento oficial, mayor y mejor organización y coordinación con otros cuerpos u organismos”.

No puedo más que ratificarme en esta opinión y para hacerlo daré un dato: En un estudio del que estamos recogiendo los primeros resultados, aparece que los estudiantes que están terminando la carrera de psicología presentan tantas o más creencias erróneas (mitos) sobre las catástrofes que los estudiantes de otras carreras.

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