De
nuevo una tragedia, esta vez un accidente aéreo, hace poco un atentado
terrorista, hace algo más un accidente de carretera. Todas estas catástrofes
tienen algo en común cuando se dan como noticias en los telediarios: se nombra
a los psicólogos que atienden a los afectados y/o familiares. Incluso comienzan
con frases como “un equipo de psicólogos atiende…” acompañadas de imágenes en las
que un psicólogo con un chaleco, acompaña y habla con una persona de semblante
preocupado, triste.
Ya
es impensable la gestión de una catástrofe sin la ayuda de psicólogos que,
afortunadamente, suelen ser de grupos, como los GIPEC (Grupo de Intervención
Psicológica en Emergencias y Catástrofe), que se preocupan de la
especialización y la formación continua.
Créanme,
yo empecé en este campo por casualidad y siempre cuento la anécdota de que, a
pesar de mi experiencia como psicólogo clínico, en las primeras intervenciones,
me faltaba tanta preparación para poder ofrecer una ayuda profesional que
llegué a preguntar a mis compañeros (igualmente colapsados) qué podíamos hacer.
De
eso han pasado años, pero periódicamente tengo que quejarme de que, aunque la
población ya acepta e, incluso, exige nuestra ayuda; aunque los responsables
“nos activan” en cuanto hay un aviso de emergencia, en los periodos de “calma”,
estos mismos se olvidan de nosotros, retrasan o rechazan los convenios de
colaboración/intervención que ofrecemos y que, llegado el caso, facilitarían y
mejorarían nuestra tarea.
Mientras,
los psicólogos de los GIPEC de toda España siguen preparándose, utilizando (que
no perdiendo) parte de su tiempo libre en reuniones, prácticas, simulacros y
cursos para poder ofrecer una ayuda de calidad a los posibles afectados.
A
veces, parece que pedimos por caridad que nos dejen trabajar, que nos incluyan
en los planes de emergencia, que nos avisen un domingo para pasar 24 horas en un
simulacro, que nos llamen a media noche si se produce un accidente o un
suicidio.
Parece
que nos hacen un favor, que lo nuestro es vocacional y, si solicitamos que se
nos remunere por nuestro trabajo, somos poco menos que psicópatas.
Eso
si, cuando nos activan, siempre hay un responsable (léase político) que alude a
nosotros como “nuestros psicólogos”.
Desde
ayer muchos de mis compañeros están trabajando en distintas localidades de
España con los familiares de los fallecidos en el accidente de avión. Pasarán
probablemente entre 48 y 72 hs. en turnos,
que se resisten a abandonar, apoyando, aconsejando, asesorando,
tratando, empatizando… Les quedará el buen sabor de boca de los agradecimientos
que no suelen faltar por parte de los atendidos, si tienen suerte algún
responsable también les dará las gracias, si tienen más suerte, un convenio
(conseguido con mucho esfuerzo y como si quisiéramos aprovecharnos del mal
ajeno) les permitirá cobrar por su trabajo, sino, no se quejarán y pensarán que
algún día se le tratará como a cualquier otro profesional: reconociéndole económicamente
su labor grata, pero dura… lo digo por experiencia.
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