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domingo, 10 de octubre de 2021

Cuando la incultura se tiene como virtud y se alardea de ella.

 

Yo nací en los años 60 del siglo pasado. Recuerdo que en mi infancia nunca faltaron cuentos en casa y en mi adolescencia, terminando la EGB y durante el instituto hablar sobre el último libro leído era un  tema del que presumir.

Porque en aquellos tiempos, tener libros en casa era un orgullo por el que, a veces, nos privábamos de otros “lujos” para poder tener estos. Si, en aquellos libros contar con libros era un lujo para unas economías familiares muy escasas. Pero es que eran los años del “Circulo de Lectores”, de “Cesta y unto”, de “La Clave”. Un tiempo en el que la cultura era una virtud, un hábito preciado, una meta para la que los padres se privaban de una vida más cómoda con el fin de que sus hijos estudiaran  “y llegaran a ser alguien”, “lo que yo no he podido ser”.
En aquellos tiempos un obrero llegaba después de una larga jornada de trabajo y, con esas manos encallecidas, abría las solapas de un libro para que nadie pudiera tacharlo de inculto, para conseguir esa libertad que da el conocimiento.
Hace una noches, Arturo Pérez-Reverte fue entrevistado en El Hormiguero, lo que se agradece después de tanta farándula y “reguetón”.
El escritor y académico cometió el pecado de afirmar que tenía una biblioteca personal de 32.000 ejemplares. Bastó un día para que en un programa, que se basa en criticar a otros y cuyos presentadores se me antoja que no han leído ni por asomo lo que Pérez-Reverte, se ridiculizara al escritor.
Pero es que Pérez-Reverte no sólo cometió ese pecado. Cometió otro mucho peor, un pecado capital. Después de contar que Rajoy no había dado ni un duro para la Academia de la Lengua, adjetivó a Pedro Sánchez y se enfrentó a esa caricatura que ahora llaman feminismo. Es decir, fue políticamente muy, pero que muy incorrecto.
En los sesenta y setenta del siglo pasado, este escritor, por el hecho de serlo y por el demostrar la cultura que tiene, hubiese sido respetado en sus ideas, pero vivimos en la cultura de la postverdad y del desconocimiento (léase incultura) por bandera. En el que lejos de intentar ocultar ese vacío, se alardea de él.
Y así nos va.

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