Antes de la partida.
Sin duda el mejor viaje es el que
va creciendo en nuestra imaginación porque está libre de limitaciones
temporales y, sobre todo, económicas.
En nuestra mente siempre elegimos
el día más soleado cuando planeamos ir a la playa y nieva justo antes de subir
a la estación de esquí, nunca se nubla en las puestas de sol y no nos olvidamos
de llevar el paraguas cuando damos un paseo romántico por la orilla del Sena.
Preparar el viaje es una meta en
sí: decidir que ropa llevaremos, rescatar las botas de montaña del armario,
rellenar el botiquín, recontar los sellos de nuestro pasaporte, realizar
anotaciones, comprar “tiritas” y las pilas, dormir en el “saco de dormir”… para
ir acostumbrándose…
El viaje, los viajes nos llenan
de placer incluso aquellos que no llegamos a hacer porque el haberlos imaginado
es de por si una actividad gratificante que nos enriquece.
No sé cual será mi próximo viaje,
pero he salido a la calle con el “mono” de comprar un cuaderno para anotar las
impresiones de mi periplo, como sucedáneo de lo que puede ser desplazarse en el
tiempo y, sobre todo, en el espacio.
Desgraciadamente la cámara de
fotos y de video nos esclavizan. Nos pasamos parte del viaje con un ojo cerrado
y con el único objetivo de capturar, de robar imágenes para llevarnos perdiendo
el instante único, lleno de sensaciones que, al menos por ahora, estos avances
tecnológicos no pueden reproducir: olores, temperatura… y sentimiento. Hay que
estar allí para entenderlo.
Es imposible haber leído a Tintín
y a Julio Verne y no engancharse al placer de viajar.
Equipaje para un viaje de
trabajo.
Si uno se propone ir al Amazonas,
subir al Himalaya o viajar a un país exótico de turismo, sin duda, se esmerará
en preparar el equipaje e incluirá en él mismo accesorios diversos que cubran
cualquier eventualidad. Sin embargo, si el viaje es clasificado “de trabajo”,
la tarea de llenar la maleta se relaja limitándose, la mayoría de las veces, a
pensar qué corbata va con las camisa elegidas.
Esta despreocupación se paga casi
siempre con problemas e incomodidades. Si bien no llegan a ser tan importantes
como olvidar el piolet para escalar una montaña, no contar con repelente de
mosquitos en el Trópico o el antídoto para la mordedura de la serpiente esmeralda en plena selva, puede
ocasionar la pérdida momentánea de placeres que nos proporciona el viaje.
A la hora de ir “recopilando” los
enseres que uno va metiendo en la maleta para ese viaje de trabajo, deberíamos
tener presente algunas consideraciones.
Un primer apartado se centra en
los medicamentos a los que recurrimos en casa ante ciertos síntomas o
enfermedades a los que somos propensos. Omnipresente, y encabezando la lista,
se encuentran los analgésicos-antipiréticos para esas jaquecas inoportunas que
comienzan a “darse a conocer” a mitad de
reunión o camino de la misma. Los demás productos de botica se adaptarán
a nuestras necesidades. Cada uno sabrá si puede precisar de la pomada para las
hemorroides, el antihistamínico para la alergia primaveral o el antiácido para después
de las copiosas cenas de negocio.
Otro consejo es que en los
bolsillos de nuestra chaqueta o el maletín de mano no falten los siguientes
productos:
Algún
tentempié (dulce y/o salado) para callar al estómago en esas reuniones
inacabables o durante el paseo por las calles o simplemente, para no sentir
“ese desconsuelo”. Unos frutos secos o unos caramelos son suficientes… que
decir de una barra de chocolate.
Toallitas
refrescantes, mejor si son perfumadas y si contienen desodorante. Las
calefacciones a tope hacen que “nos de miedo” acercarnos a otros seres
olfativos.
En el mismo
sentido me atrevería a aconsejar que se prescinda de jerséis de cuello alto
que, si bien en las calles durante el invierno pueden ser cómodos, en una sala
llena de personas y con la calefacción despilfarrando kilovatios se convierte
en el centro de nuestra preocupación.
Por último, y
seguro que olvido muchos, aconsejo que nos hagamos con una de esas almohadillas
hinchables para el cuello que facilitan nuestro descanso (y alguna cabezadilla)
durante el vuelo o el trayecto en autobús o tren.
Viajar, el placer que se va
perdiendo, la desmitificación de los viajeros o la democratización
(masificación) de los tours.
Ya no es necesario viajar para
poseer objetos típicos de zonas remotas, no es necesario ir a China para comer
rollitos de primavera ni llegar a Kenia para adquirir una máscara tribal o a
Rusia para disfrutar del caviar. Ahora vamos al restaurante de la esquina donde
hacen un cuscús mejor que el que probamos en Marrakech, acudimos a El Corte
Inglés en su semana temática o nos acercamos a la tienda de Delicatesses y nos
llevamos un caviar de Beluga recién enlatado.
Ya no merece la pena ir
realizando fotos que capturen las escenas “únicas” en el rincón más perdido…
seguro que encontramos centenares similares en Internet.
Nos queda el trato con la gente
aunque ni siquiera éstos son los que eran: ahora hacerle una foto a una
representante indígena de los Kuda de Panamá te cuesta unos dólares y el
pelícano de Mikonos está amaestrado.
¿Para qué viajamos entonces en
lugar de quedarnos fresquitos en el sofá del salón viendo un documental de
National Geographic sobre las Islas de Pascua o sobre la comida tradicional de
las tierras altas en los que veremos más de esos lugares que si vamos siguiendo
las indicaciones de una guía? Pregunto: ¿Habéis sido capaces de hacer una foto
en Dubrovnik sin que aparezca una riada de turista?, ¿Habéis llegado al Chiluca
o al albergue de “Alí el Cojo” frente a las dunas del Merzouga sin hacer
reserva y habéis conseguido habitación?, ¿Habéis estado en el glaciar Briksdal y
os habéis encontrado con un grupo de catalanes bailando salsa de grupo?
Te preparas un chocolate, un café
o un mojito y enciendes el televisor: no hay cancelaciones de vuelo, huracanes,
secuestros exprés o atentados terrorista.
¡Qué tentación la de convertirse
en “e-viajeros” o viajeros virtuales! La Tierra se ha quedado pequeña (si
Livingston levantara la cabeza…), cada vez es más difícil decir aquello de “una
tierra que no había sido pisada anteriormente por el hombre… si hasta en la
isla de Robinson Crusoe han montado un chiringuito.
Quizás el futuro sea el “viaje
interior”, donde lo importante no sea lo lejos que uno viaje sino la
experiencia que te traigas a la vuelta lo que llamaríamos “lo intangible”. Yo
distingo entre viajes para ver y viajes para hacer (aparte de los que hago con mi
cuñado que son gastronómicos). En los primeros paseo y observo (suelo terminar
saturado de piedras, pero me encanta esas vidrieras, esas puertas, esas
callejuelas). En los segundo, intento poner a prueba mis limitaciones (cada vez
más). Buceo, vuelo en globo, rafting o senderismo. Creo que cada edad puede
encontrar una actividad (hace unos años, unos franceses jubilados me
adelantaban en el Camino de Santiago). A estos dos tipos de viajes pueden
sumarse los que aprovechamos para conocer gente (los países sudamericanos son
perfectos para ello, pues sus gentes son abiertas y conversadoras), o en los
que nos centramos en observar y escuchar a gente (el Camino de Santiago en
solitario es un ejemplo).
Sea como sea, viajar sigue siendo
una actividad que nos cambia, nos hace madurar y percatarnos de que no somos el
ombligo del mundo.
Acabo de leer este blog mientras hacía la maleta y, aparte de acordarme de que me falta meter alguna que otra cosa, me han entrado aún más ganas, si cabe, de hacer mi pequeño viaje.
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