HERENCIA
Estimado hijo:
Con las letras que siguen voy a intentar aclararte algunos porqués que
sueles hacerte sobre las exigencias y las negativas que te hago en nuestro día
a día.
Los padres vivimos con el miedo de que nuestros hijos no lleguen a ser
lo que nosotros quisimos ser. Intentamos vivir en nuestros hijos nuestros
sueños, nuestras ocasiones perdidas. Por ello, casi siempre, elaboramos una
hoja de ruta que nos de seguridad.
Quizás lo primero que debo decirte es que todos nuestros motivos de
discusión se deben a la “herencia” que quiero dejarte y que, a su vez, a mi me
dejaron mis padres.
Para empezar te daré unos consejos que yo intento aplicar a mi vida y
que creo son la mejor herencia, el mejor capital, que puedo dejarte. En cierta
ocasión leí que no debíamos preocuparnos tanto por el mundo que dejábamos a
nuestros hijos, sino por los hijos que dejábamos a este mundo[1].
Si en algo me gustaría que me hicieras caso en que seas fiel a tus valores, sean cuales
sean. Tener ideales es fácil, vivir conforme a ellos es lo difícil. Si
logras acercarte a esta máxima tu vida habrá valido la pena, aunque, como le
ocurrió a Voltaire, estará llena de problemas.
Te he dicho, para empezar, que la herencia que te dejo es la que me
dejaron a mí mis padres. Te explicaré en que consistió ésta que, como sabes, no
se basó en lo pecuniario. Lo primero fue el ejemplo. Mi madre siempre estuvo
junto a la cabecera de la cama cuando estábamos enfermos, sin desfallecer, sin
quejarse, en silencio. Mi padre nunca rechazó un trabajo y nunca aceptó nada
que no se hubiese ganado con su sudor. No he conocido a nadie más honrado.
Nunca abandonó un problema encontrando al final la solución, una solución
creativa, casi mágica. Así que echa en la cesta de la herencia este primer
bien: el ejemplo de sacrificio, honradez
y valentía.
Las siguientes “propiedades” que te dejo son para que seas feliz y me
las proporcionó un tal Confucio, que vivió en China hace muchos años. Te
resumiré estos trucos para ser feliz acuñando algunas de sus máximas:
“Elige un trabajo que te guste y
no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”.
“Solo puede ser feliz el que
sepa ser feliz con todo.”
“Exígete mucho a ti mismo y espera poco de los demás. Así te ahorrarás
disgustos”.
Aprende a reirte de tí mismo, oféndete con menos cosas y ofende menos.
Aprende a reirte de tí mismo, oféndete con menos cosas y ofende menos.
Sé positivo, intenta agradar la
vida a los que te rodean, quiere para ti lo que no quieran los demás… y
siéntete orgulloso por ser tan fuerte. Que cuando llegue la hora de irte de
este mundo no te avergüences de nada de lo que hayas hecho o de lo que no hayas
llegado a hacer.
Y esto último me lleva a otra parte de mi herencia: VIVE, vive todo lo que puedas sin llegar a hacer el mal a otros o a
ti mismo. No busques soluciones fáciles. VIVE. Llena tu vida de experiencias y
sabiduría. Viaja, aprende, escucha… No
seas un libro lleno de hojas en blanco, carente de valor para ti y para los
demás. VIVE, a pesar de que ello pueda conllevar sufrimiento, es parte de
la vida. Vive, conoce otra gentes, otras culturas, aprende de ellas lo que
tienen de bueno. Vive, aprovecha el tiempo. La vida es un pasillo que sólo se
recorre en una dirección de manera que si no abres una puerta y miras el
interior de la habitación cuando pasas junto a ella, ya no podrás hacerlo
después… y el recorrido cada vez es a mayor velocidad. Vive y acepta, como dijo
Jack Higgings que “con frecuencia no
somos nosotros quienes vivimos la vida. La vida nos vive a nosotros. Ya lo
aprenderás cuando seas más viejo”. Me habrás escuchado decir muchas veces
desde el accidente que” no dejes para
mañana lo que puedas hacer hoy, no porque lo puedas hacer hoy, sino porque no
sabes si podrás hacerlo mañana”. Si
hay un recurso agotable en nuestro mundo, ese es el tiempo. Por ello, debe ser
lo que menos malgastemos.
Pero no te engañes, esto que acabo de decirte no debe ser una excusa
para hacer lo que uno quiere cuando uno quiere. Todo lo que hagas debe tener un fin, el que tu elijas entre los que
son honorables, un fin que te sirva para ser un hombre, para tener la excusa de
haber vivido, para madurar, y no olvides que madurar no significa hacer las cosas cuando uno quiere, sino cuando uno
debe.
Es hora de volver a tus abuelos, mis padres. Más importante que lo que
me dieron es lo que no me dieron, lo que me “forzaron” a conseguir. Muchas
veces me has oído contar las tardes, las jornadas interminables, trabajando con
tu abuelo. Viendo como canturreaba mientras miraba una pieza de metal, madera,
cemento o plástico para descubrir qué debía hacer y cómo solucionar los
problemas que le planteaba el trabajo. No cambiaría por nada esas jornadas, ese
aprendizaje (y eso que en su momento no veía el momento de salir del trabajo e
irme con los amigos). Ni él ni tu abuela me regalaron nunca nada que no fuese
intangible: respeto, cariño (a borbotones). Heredé ropa de segunda mano de mi
hermano, utilicé prestado materiales de otros para mis estudios (dibujo
técnico), tuve que ahorrar de lo que ganaba en los trabajos para comprar mi
primera bicicleta (por cierto, de segunda mano) que luego vendí para comprar mi
primer chandal. Nunca tuve un “aparato de música” hasta que comencé a dar
clases particulares y sí, cuando a tu abuela le toco “un pico” en la lotería,
me compré un coche de segunda mano (hasta entonces usaba el SIMCA de mi padre
cuando él no lo usaba).
Mi madre me enseñó a no malgastar, mi padre a admirar el trabajo
manual (nunca me verás discutir lo que intenta cobrarme un mecánico, fontanero
o albañil, si es que no hago el trabajo yo mismo).
Creo que cada vez que uso el destornillador, reparo un
electrodoméstico o construyo un mueble, estoy homenajeando a mi padre. Ese es
el mayor tributo que puedo hacerle y sé que él se siente orgulloso de ello.
No tengas miedo a equivocarte,
pero tampoco tengas vergüenza en reconocerlo, eso es un signo de madurez, de sabiduría.
El que tiene miedo al fracaso, fracasa. El
fracaso no es no alcanzar la meta, sino no haberse esforzado por llegar. Si
lo has dado todo, no te importarán las críticas.
Esta carta podría rellenar libros y siempre me faltaría algo que
querría decirte. Te dejo mi herencia, un amor que hasta que uno no tiene un
hijo, no sabe que existe. Usa este amor como base, pero no te aproveches de él,
ni te excuses en él. Úsalo aunque no lo comprendas ni llegues a apreciarlo, lo
harás cuando te conviertas en padre. Guarda esta herencia, intangible, a buen
recaudo. Es, aunque no lo creas, el
mayor bien que puedo ofrecerte y cuando no comprendas algunas de mis
decisiones, piensa que se deben a mi herencia.
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