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lunes, 11 de enero de 2016

Psicología positiva. El color del cristal.

Juan M. Fernández Millán Marina Fernández Navas
30 de diciembre de 2015


Psicología Positiva
El color del cristal 


“Yo no estoy loco”. Esta es la primera respuesta que suelen dar las personas cuando se les aconseja que busquen ayuda en un psicólogo y ello se debe a que obligatoriamente se asocia la ayuda que ofrece la psicología al padecimiento de una psicopatología, a presentar un trastorno mental, a estar loco.
Sin embargo, la psicología no se limita al tratamiento de patologías, sino que (entre otros muchos campos) ayuda a las personas (normales, sanas) a mejorar su calidad de vida y/o su forma de enfrentarse a los problemas cotidianos.
La Psicología Positiva es, quizás, la tendencia que mejor se adaptaría a esta visión.
La Psicología Positiva se convierte en preventiva, no espera a que la persona necesite, requiera, de un tratamiento, no espera a que haya una patología, sino que interviene en los aspectos positivos, en las “fortalezas”. La Psicología Positiva es el complejo vitamínico que refuerza las defensas mentales: la resiliencia, el optimismo… 
Muchas de las personas que te piden consejo cuando se enteran que eres psicólogo no padecen trastornos psicológicos, sin embargo, no se sienten completos, satisfechos. La gente no conoce sus puntos fuertes, no calculan lo que tienen, sino lo que les falta e interpretan negativamente todo lo que ocurre a su alrededor. Y ese es su problema.
Para comenzar voy a revelar un secreto que les va a sorprender: Nuestras emociones no son la consecuencia de lo que nos ocurre, sino de cómo interpretamos lo que nos pasa. ¡A qué es sorprendente!, ¡A que no se habían dado cuenta de ello hasta ahora! No olviden este descubrimiento.
Como suele decirse “en lo que unos ven un problema, otros ven una oportunidad”. Será difícil encontrar a alguno de estos últimos en la consulta de un psicólogo (menos mal que existen de los primeros). Durante años he tratado a personas que habían pasado por una tragedia (accidentes, pérdidas de seres queridos, situaciones de supervivencia…). Sorprendentemente encontré que muchos de ellos habían aprendido de la experiencia, habían mejorado como personas.
Voy a contar una historieta para convenceros:
Cuando Pepe volvía a su casa tras la larga jornada laboral, solía aparcar el coche a la entrada del callejón donde se encontraba su adosado. Ello le daba la oportunidad de estirar las piernas y, aprovechando que el callejón no tenía farolas, se deleitaba con el titilar de las estrellas. A medio camino se detenía a apreciar el sauce llorón que tenía plantado su vecino y cuyas ramas colgantes se mecían con el viento. Algo más adelante solía salirle al paso “Perezoso” el gato callejero de otro vecino. Todo ello le relajaba y le hacía olvidarse de los problemas laborales y llegar a casa de buen humor.
Pero… un día, animado por algunos compañeros de trabajo, tras la oficina, entró en un cine cercano para ver el pase que hacían de la famosa película “El Exorcista”.
Cuando más tarde se bajó del coche y se internó en el callejón, de repente se le vino a la mente la escena del cura entre sombras y niebla en lo alto de la escalera. “Vaya, a ver cuando el ayuntamiento se acuerda de poner luz en esta calle que un día nos van a dar un susto… y, encima, el vecino que no tiene tiempo de cortar las ramitas del árbol… como si la calle fuese su jardín”. Sin darse cuenta, Pepe apretó el paso, el corazón le latía con fuerza, casi escuchaba la banda sonora de la película y las manos le sudaban. Iba pensando en ello cuando Perezoso la salió al paso. Pepe pegó un traspié mientras lanzaba improperios hacia el gato, el dueño del gato, la familia cercana y lejana…
 Cuando llegó a casa se encontraba de mal humor, no tuvo ganas de cenar y durmió mal.
Espero que este cuento le haya hecho reflexionar, pero pasar de ver el vaso medio vacío a verlo medio lleno no ocurre por arte de magia, ni tomando una pastillita, ni leyendo este cuento o porque otro se lo diga. La forma que tenemos de pensar es como el camino que recorremos todos los días para ir al colegio, al instituto, a la Facultad o al trabajo. Lo hacemos de forma rutinaria y para cambiarlo debemos desconectar el piloto automático y esforzarnos por buscar otro camino, otra forma de pensar. Hay que invertir esfuerzo durante un largo plazo (hasta que nos salga de forma automática) y sabiendo que habrán altibajos.
Si está dispuesto a asumir este esfuerzo, puede continuar leyendo, si no, siga ahogándose en su pesimismo y esperando que alguien le solucione el problema… lo mismo tiene  suerte (aunque esto significaría pensar positivamente).
Para empezar hagamos un ejercicio. Coja un folio y pinte dos líneas que lo divida en tres partes verticales iguales. Ahora borre la primera división. Así te quedará un folio dividido en dos partes (una ancha y otra estrecha).
En la parte estrecha puede ir escribiendo todo lo que piensa de si mismo o del mundo  que sea negativo y en la parte ancha, lo que piense positivamente. Sólo hay una regla: no puede escribir más líneas en la parte estrecha que en la ancha (y no vale hacer trampas, la caligrafía debe ser igual).      

Nos vemos en el siguiente ejercicio.


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