Un
problema que suelen tener los pesimistas es la incapacidad de reírse de
aquellas cosas que les pasa. La incapacidad de reírse de uno mismo, incapacita
a su vez a la de desdramatizar lo sucedido haciendo, como suele decirse, “una
montaña de un grano de arena”.
Sin
embargo, si eres capaz de ver, de reconocer, las cosas divertidas que te pasan
a diario (vale, en ocasiones) esas “sustancias alegres” que genera tu cuerpo (y
en especial tu mente), contraatacarán a esas otras “sustancias tristes” que
sueles generar por tu forma automática de pensar.
No todo
lo que nos pasa es malo o triste, pero algunos tienen una “red” mental que
pesca sólo lo malo y lo atrapa para guardarlo en su memoria, mientras deja
escapar (olvidar, minimizar) aquellas cosas buenas, divertidas, llenas de
sentido que les pasan a diario.
"Cuando
era joven ayudaba a mi padre a poner a punto los barcos de recreo de los socios
del Club Marítimo (hoy se hubiese considerado explotación laboral, yo lo
considero de los mejores momentos de mi vida). Una tarde, mientras mi padre
agachado regulaba algo en el intraborda del barco en el que estábamos, me pidió
que cogiese agua del mar para limpiar parte de la “bañera” (parte del barco)
que se había manchado de gasoil o grasa. Para conseguir esta agua teníamos un
cubo en cuya asa atábamos un cabo (nunca cuerda) y lanzábamos el cubo al agua
por la borda hasta que medio se llenaba
. Y eso es lo que hice ese día, solo que el nudo estaba flojo y
el cubo se soltó permaneciendo sobre el agua, pero entrándole agua por lo que
empezaba a hundirse. Sin pensarlo, poniendo las manos una sobre la borde del
barco y la otra sobre la borda del barco que estaba amarrado a su costado,
flexioné os brazos e intenté alcanzar con mi pie el asa del cubo. Y ahí es
donde llegó el problema ya que, siguiendo las leyes físicas, la fuerza de la
flexión de mis brazos no solo se transmitió verticalmente, sino, en parte
lateralmente y los barcos empezaron a separarse. Al darme cuenta de ello,
empujé como pude con mis brazos los barcos hacia mi con lo que conseguí que
sendas bordas me aplastaran las costillas y entonces comencé un nuevo
movimiento para que se separaran. A todo esto mi padre, agachado permanecía
ajeno a mi drama. Viendo que no me quedaba otra, comencé a llamarlo (de forma
sosegada) a lo que él me respondía que le trajese el cubo (que ya se había
hundido). Finalmente, no sé si cabreado porque no le hacía caso o alarmado por
mis llamadas, levantó la cabeza y me encontró, entre los dos barcos, con las
piernas en el agua y con cara de ¡qué ridículo estoy haciendo!, lo peor es que
desde el paseo alto que recorría el muelle chicos y CHICAS de mi edad se
partían el pecho de risa.
Semanas después aún iba a ayudar a mi padre
con una gorra para pasar lo más desapercibido posible. Pero desde hace algún
tiempo, ésta historia se ha convertido en la anécdota con la que saco
carcajadas de mis amigos y de mi mismo cada vez que la cuento en las reuniones."
Te toca, busca algo divertido (si es más de
uno mejor) que te haya pasado (si es algo en lo que te hayas sentido ridículo,
mejor) y escríbelo o, mejor, cuéntaselo a tus amigos, ríete con ellos y,
después, pregúntate como te sientes.
Y si lo compartes en este blog, siempre te
estaré agradecido y tú te sentirás más alegre.
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